Las tarjetas de presentación siguen siendo una parte clave de las relaciones profesionales. Estrategias como cambiar de materiales, utilizar eslóganes ingeniosos, jugar con golpes y troqueles, introducir pliegues, proponer cambios semánticos o apropiarse de iconos universales pueden ser realmente eficaces a la hora definir nuestra imagen en este soporte de lectura ultrarrápida.
Para darnos a conocer en apenas un segundo y destacar del resto de pretendientes (en una noche de party en Tokio puedes volver a casa con más de treinta tarjetas, y claro, al día siguiente sólo te quedas con un par) hay que ser bastante agudo. Pero no todo son fuegos artificiales, no es lo mismo hacer una tarjeta para un detective privado que para un director de una sucursal bancaria... difícil sí, pero no imposible. Lo curioso es que hace medio siglo uno tenía que transmitir una imagen de seriedad y decoro, ahora buscamos proyectar valores distintos: creatividad, ingenio e iniciativa. Pese a que a mi abuela le sigue sonando mejor lo de banquero que lo de detective, los tiempos cambian, y las tarjetas también.